ABSTRACT:

"The Word that resists" is a photographic essay that explores the daily life of a Mexican family made up of women, within the context of the Covid 19 pandemic as domestic workers.
 Written and photographed for the book "Behind the doors" edited by Dirección de Cultura Toluca and Universidad Autónoma del Estado de México. México 2020.

 

Pandemia, es una de las palabras más usadas y escuchadas en este 2020. Se dice que viene del griego pan “todo” y demos que quiere decir “pueblo”, significa “Reunión del pueblo”.

 Sin embargo, a la misma palabra le brotan significados dispares al impactar en los oídos y en las mentes de diferentes personas, de distintas familias y con diversos corazones.

 Para muchos, significa incertidumbre, incomodidad, tristeza, encierro, depresión, ansiedad, desempleo...

 Para otros, significa pausa, reflexión, descanso, reencuentro. Quizás violencia, miedo, muerte...

Por un lado, esfuerzo y entrega y por el otro, soledad, ruptura... ¿Esperanza? ¿Sueños?

 Podría decirse que, para muchas familias mexicanas, la palabra “enfermedad” es quizá la que menos se relaciona con la palabra “pandemia”. Porque la vida les exigirá hoy, como antes y como siempre, voltear su mirada a lo que ocurre justo ahora y que con esa misma prisa debe de descifrarse y resolverse.

 Y dentro de ese enigma que amenaza la “normalidad”, el papel de la mujer cobra una especial importancia. Es la mujer la que sabe que no puede detenerse, la que sabe adaptarse y adaptar a los suyos a los nuevos caminos.

 4 mujeres bajo un mismo techo han vivido dentro de estos nuevos sucesos, problemáticas completamente diferentes. Una familia como muchas que buscará en primer lugar sobrevivir, solucionar día a día lo más elemental que es a la vez lo más urgente.

Buscarán todos los días, el camino hacia un futuro mejor que todavía pueden imaginar.

¿Qué palabras flotan alrededor de estas mujeres? ¿Cómo nombran su realidad? ¿Qué palabra define sus tiempos?

5 generaciones, entre los 2 y los 69 años, en las inmediaciones de una zona industrial del Valle de Toluca.

 

 

 Esfuerzo. Tiene 69 años, es la matriarca de la familia, se desempeñaba como trabajadora del hogar en tres lugares distintos. Es enérgica y noble. “Me dijeron que ahorita no fuera... Hasta me regresaron... Ya no me hablaron ni nada. Ni siquiera pensé o me sentí mal de que no me dieran dinero, pero la verdad es que sí me preocupé. En otra casa me dijeron que me guardara, ahí sí me han pagado”.

 

  “A muchos de nuestros familiares los descansaron de sus trabajos”.

 

  “Al principio me sentí muy desesperada, encerrada. Extraño las salidas, me encanta hacer mi comida, me gusta andar movida, me canso más de no hacer nada”.

 

  “¿Qué vamos a hacer? No podemos hacer otra cosa, tenemos que aguantar. Gracias a Dios que a mi hija no la han descansado”.

 

Entrega.

45 años, madre soltera de tres hijos, abuela de dos niñas. Trabaja en una fábrica. Ocasionalmente reali- za trabajo doméstico, pero durante la contingencia casi no le han hablado. Sus hijas la describen como una mujer fuerte y valiente.

 

  “Entro a trabajar a las 10 de la noche y salgo a las 7 de la mañana, lo bueno es que no gasto en trans- porte, vienen por mí y me regresan, en todo este tiempo no hemos parado”.

 

  “A veces estamos en semáforo rojo o naranja, pero esto no tiene para cuándo. Es un poquito difícil pero ya me acostumbré”.

 

  “Quiero que mi familia esté bien”.

 

  “Ahorita necesito apoyar a mi hija la más grande y a sus niñas, porque vienen cosas bien difíciles para ella. Me hubiera gustado que se separara desde hace mucho tiempo”.

 

  Separación.

23 años, madre de dos niñas de 3 y 2 años. Está en proceso de separación debido a situaciones de violencia que se incrementaron durante la pandemia.

 

  “Tenía un trabajo, pero a mi esposo no le gustaba que trabajara, tenía que estar en casa. Dejé de ir y lo perdí”.

 

  “Creo que los problemas ya venían desde antes, solo que yo no lo quería ver, pero con el encierro y todo... En un arrebato de cinco minutos pueden pasar muchas cosas. Me daba pena decirle a mi familia”.

 

  “Mi mamá me está apoyando, dice que respeta mi decisión y que lo piense bien, que me va a ayudar. Esta es mi familia, es una familia de guerreras, sé que yo puedo”.

 

  “Quiero que mis hijas estén bien, estar yo bien y algún día poder estudiar algo”.

 

  Esperanza.

21 años. Estudiando el último cuatrimestre de Admi- nistración de Empresas. Lleva un promedio arriba de 9.0. Es decidida y soñadora. Le preocupan los gastos y le gustaría ayudar. Quiere terminar la escuela y con- seguir un trabajo. “Estoy cursando el noveno, ya casi estoy fuera, pero con esto... Antes de la emoción es la preocupación”.

 

  “Me tardé en asimilarlo, me sentía ahogada en la casa. El primer mes me la pasé sentada tomando clases y haciendo tareas. No tenía tiempo para mí, ni para ayudar”.

 

  “Tengo muchos sueños. Quiero hacer una maestría y viajar, viajar mucho mucho. Conocer otras culturas, conocer otros países”.

 

  “Las mujeres aquí, somos las que tenemos que ver para dónde”.

 

Palabras distintas para una misma “nueva” realidad, pero también para la existencia de distin- tas realidades aglomeradas, coincidentes y yuxtapuestas en la misma porción de tiempo.

Todos somos, de alguna u otra forma, la suma de las palabras con las que podemos nombrar la realidad que observamos a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos.

Estas 4 mujeres resolverán, descifrarán y solucionarán esta vida que sigue y exige y cambia y las cambia a cada paso.

Y en medio de todo este caos, a través del ruido, por entre la urgencia y la contingencia se asoma una palabra que flota todavía entre la nueva realidad:

“SUEÑOS”. Soñar, esa es la palabra que aun resiste.